Una tarde en el Campo 26/05/18

Un perro ladra después de una siesta reparadora escondido entre un rebaño de ovejas y sólo porque se me ha ocurrido acercarme a recoger la pelota que mis hijos han tirado. Como no lo quiero molestar me alejo de él y eso le da confianza.

Mis vecinos de merendero se mueven hasta la fuente para lavar los cacharros y cuando terminan vuelven a su sitio, coincidiendo con los ladridos del perro que se ha dado cuenta de que estaban allí cuando ya iban de vuelta. Esto le da un plus de confianza extra.  Una vez terminado de fregar y recoger se suben al coche y se marchan acompañados por nuestro amigo el perro con un trote cochinero hiperconfiado y con un plus de chulería que ya te hace ver que cuando vuelve  hacia nosotros tiene la firme convicción de que va a poder echarnos también y así volver a ser el amo del lugar tal y como lo era antes de su siesta vespertina junto al chaparro. Pero yo para demostrarles a mis hijos que veían la escena si perder detalle,  que su padre no se acobarda contra un cachorro de mastín con sobredosis de confianza, le sostengo la mirada en un triste intento de desafío, y a punto estoy incluso de ladrarle para hacerle ver quien manda. Entonces tiro de mis pocos conocimientos sobre animales y de cómo se comportan en un rebaño y me percato de que a estas alturas está lejos de sus protegidas y ya no se siente tan respaldado. Es mi momento. Sólo debo hacerle ver cuál es su situación ahora. Lo rodeo y me posiciono entre él y las  ovejas que siguen a sus quehaceres ajenas totalmente a la batalla de egos que se está librando a escasos metros de donde están..


Mis hijos miran asustados como su padre se enfrenta a la bestia de ojos inyectados en sangre y como ruge con sus fauces escupiendo fuego ( y babas) mientras su madre hace grandes esfuerzos para no reírse de como hago el ridículo más espantoso posible delante de un cachorro de no más  de cuatro meses al que  de la situación le viene grande. 

Y entonces ocurre lo que tenía que ocurrir. Llega el pastor le pega dos voces al perro y otras dos a mí y se acabó la batalla. Pero para mí empezaba otra. Como explicarle a mis hijos que yo había ganado. En un intento de mantener mi orgullo intacto me volví hacia el perro y señalándolo con el dedo mientras  corría con orejas gachas en busca de su dueño le espeté – Y NO VUELVAS POR AQUÍ!!!- mientras el pastor me miraba con cara de no entender nada,  mis hijos lo hacían como si vieran a su héroe y su madre no paraba de reír a carcajadas.