Un perro ladra después de una siesta reparadora escondido entre
un rebaño de ovejas y sólo porque se me ha ocurrido acercarme a recoger la
pelota que mis hijos han tirado. Como no lo quiero molestar me alejo de él y
eso le da confianza.
Mis vecinos de merendero se mueven hasta la fuente para
lavar los cacharros y cuando terminan vuelven a su sitio, coincidiendo con los
ladridos del perro que se ha dado cuenta de que estaban allí cuando ya iban de
vuelta. Esto le da un plus de confianza extra.
Una vez terminado de fregar y recoger se suben al coche y se marchan
acompañados por nuestro amigo el perro con un trote cochinero hiperconfiado y con
un plus de chulería que ya te hace ver que cuando vuelve hacia nosotros tiene la firme convicción de
que va a poder echarnos también y así volver a ser el amo del lugar tal y como
lo era antes de su siesta vespertina junto al chaparro. Pero yo para demostrarles
a mis hijos que veían la escena si perder detalle, que su padre no se acobarda contra un cachorro
de mastín con sobredosis de confianza, le sostengo la mirada en un triste
intento de desafío, y a punto estoy incluso de ladrarle para hacerle ver quien
manda. Entonces tiro de mis pocos conocimientos sobre animales y de cómo se
comportan en un rebaño y me percato de que a estas alturas está lejos de sus
protegidas y ya no se siente tan respaldado. Es mi momento. Sólo debo hacerle
ver cuál es su situación ahora. Lo rodeo y me posiciono entre él y las ovejas que siguen a sus quehaceres ajenas
totalmente a la batalla de egos que se está librando a escasos metros de donde
están..
Mis hijos miran asustados como su padre se enfrenta a la
bestia de ojos inyectados en sangre y como ruge con sus fauces escupiendo fuego
( y babas) mientras su madre hace grandes esfuerzos para no reírse de como hago
el ridículo más espantoso posible delante de un cachorro de no más de cuatro meses al que de la situación le viene grande.
Y entonces
ocurre lo que tenía que ocurrir. Llega el pastor le pega dos voces al perro y
otras dos a mí y se acabó la batalla. Pero para mí empezaba otra. Como
explicarle a mis hijos que yo había ganado. En un intento de mantener mi
orgullo intacto me volví hacia el perro y señalándolo con el dedo mientras corría con orejas gachas en busca de su dueño
le espeté – Y NO VUELVAS POR AQUÍ!!!- mientras el pastor me miraba con cara de
no entender nada, mis hijos lo hacían
como si vieran a su héroe y su madre no paraba de reír a carcajadas.