Abres el grifo por la mañana, a horas poco
menos que obscenas. Y claro, no te acuerdas que ese agua viene de un
deposito a 20 metros de altura y que se rellena cada poco del pozo más
frío que hay en toda la redonda. Eso unido a temperatura que hace en el
más que minúsculo pasillo que hay entre la atmósfera de calidez de tu
habitación y el gélido cuarto de baño, y que aún estás medio
adormilado-medio despierto. Notas como
el agua te corta la cara, y casi como un resorte inspiras como si te
fuera la vida en ello, te pones de puntillas, te dan vueltas los ojos
casi como si quisieras mirarte por dentro y das un paso atrás. Lo justo
para darte con la percha de la toalla en la cabeza.
No quieres
hacer más ruido del que ya has echo, así que intentas taparte la boca,
que como si tuviera vida propia solo le salen palabrotas que no sabías
ni que existían, y con la otra intentas alcanzar la toalla . La que hace
tres segundos estaba detrás de tí, pero la muy vengativa se ha caído al
suelo y se te ha liado en los pies.
ASÍ QUIEN NO SE ESPABILA POR LA MAÑANA.
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