Sabemos que nos hemos hecho viejos cuando un
domingo cualquiera, digamos por ejemplo Domingo de Ramos, quedas con
los amig@s a comer y en una mesa de diez hay como mínimo 3 niños. Te
tomas un par de copas de vino, y las últimas patatas fritas de
guarnición las tienes que dejar en el plato por no atinas a cogerlas ya
con el tenedor, de postre pides un café para despabilarte, porque si no
te va a costar trabajo levantarte de la
mesa. Y rezas para que a nadie se le ocurra decir lo típico de –Bueno, a
ver, la espuela donde la tomamos?-. Tú!, que siempre has sido de los
que decían esa frase, eres el que se esconde y que pide a todos los
santos del cielo para que la mayoría diga que no va, y así no quedes en
evidencia. Pero le echas valor y te apuntas.
Entras en ese bar de
moda y te plantas delante de un jambo con un pinganillo en el oído, que
te mira de arriba abajo y te da su consentimiento para que entres con un
gesto de aprobación que apenas es perceptible al ojo humano. Y lo
primero que piensas es – Ja! y la parienta decía que iba haciendo el
ridículo con esta ropa, pues al pavo este no le ha parecido mal del todo
cuando me ha dejado pasar.
Pero lo mejor viene cuando después de
aguantar empujones, restregones y tironEs varios de la chaqueta,
llegas a la barra donde hay tres chavalas poniendo copas de las que solo
salen en la última página del Marca o en los anuncios del verano del El
Corte Inglés. Y cuando por fin consigues que te echan cuentas y le
pides, balbuceando y completamente intimidado ante semejante
espectáculo, -Un güisqui, por favor. Ella te responde, después de
recitarte de memoria una lista de bebidas larguísima -¿Cual le gusta a
USTED?.
Inmediatamente dejas de escuchar la música estridente que
escuchabas y solo oyes como retumba en tu cabeza una y otra vez esa
palabra. USTED, USTED, USTED, USTED... Entonces te vuelves con la cabeza
agachada y te vas a tu casa sabiendo que esa palabra te va a acompañar
como mínimo el resto de la noche.
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